miércoles, 24 de agosto de 2016

Barriletes Cósmicos-De Oficio Payaso

Cuándo a mamá la operaron del cáncer que tenía en la pierna, estuvo mucho tiempo postrada en cama, sin poder hacer nada más que ver la misma pared día tras día, hora tras hora.
Reconozco que no iba muy seguido a conversar con ella, hasta el día de hoy desconozco el verdadero motivo por el cuál la dejé tan sola. Quizás por que yo misma tenía un límite a la morbosidad y al dolor. No lo sé, pero lo que sí sé es que ella sufría.
Mi madre nunca fue una mujer que se quedara quieta, siempre haciendo algo, siempre moviéndose, así que para ella el hecho de estar quieta en la cama DE MANERA OBLIGADA fue algo que la deprimió.
La computadora era su única ventana al mundo, se pasaba todo el día en facebook, haciendo viajes por el mundo con Google Earth, planificando vacaciones imaginarias y aprendiendo cosas nuevas.
Gracias a esa ventana descubrió el maravilloso mundo en el que ella y yo estamos ahora: Los Narices Felices.
A pesar de los reclamos de sus familiares (esposo, una madre muy sobreprotectora y sus dos hijos), mamá se levantó de la cama y empezó a usar las muletas. Ya no quería seguir estando en cama, ya no quería sentirse menos. Muy en el fondo yo sabía que mamá se consideraba a sí misma una liseada. Así que cuando entendimos que su ánimo y autoestima mejoraría con esto, la dejamos avanzar, aunque con una vigilancia un tanto estricta.
Recuerdo que para hacerla reír (y para asegurarme de que no se vuelva a caer por la escalera, lo que le valió los seis meses en cama) solía agarrarla del pasacinto del pantalón, y tiraba de él, cómo si le estuviese haciendo un calzón chino; algo que hacía enojar a mamá al mismo tiempo que reía.
Mamá comenzó su formación con lo que yo llamaba en ese momento “payamédicos”, aunque el verdadero nombre es “Narices Felices”. Todos los sábados mamá se iba con su nuevo grupo de contención y luego nos contaba todas las tonteras que habían hecho, cómo por ejemplo, hacer una máquina con sus propios cuerpos, poner caras graciosas, bailar, etc.
Al principio recuerdo que pensaba “¡qué estupidez!”, para mí el payaso hospitalario debía obligadamente ser un médico recibido, la salud de las personas era algo muy importante y delicado y no cualquier persona podía darse el lujo de atender a un paciente que está hospitalizado. Esa era la idea que la película de Patch Adams me había dejado.
Cuándo mamá terminó el curso, recuerdo que fuí a ver su graduación al hospital, era un grupo grande de gente de todos los tamaños, formas y colores, hombres y mujeres, jóvenes y viejos formaban parte de la nueva generación.
Al salir del egreso, estaba acompañando a mamá cuando pasó mi primera experiencia cercana con uno de los momentos más trágicos del ser humano: la muerte.
No se por qué pero sentí que un viento muy frío me pasaba por las piernas y se me erizaron los pelos de la nuca, una chica que estaba detrás mío gritó al ver a su familiar que salía llorando. Creo que todos se sintieron cómo yo, y a mí me valió esa experiencia para terminar de decidirme que jamás seguíría los pasos de mamá.
Nunca digas nunca.
Pasó el tiempo, mamá iba todos los sábados a intervenir, a compartir con sus payacolegas. De chica ella quería ser payaso, pero mi abuelo (viejo hombre chapado a la antigüa) siempre le dijo que no.
Yo me encontraba en Tierra de Fuego, al sur de Argentina, cuando recibí la noticia de que mi madrina, la única hermana de mi mamá, había muerto de un paro cardíaco.
No sabía que hacer, no sabía si volverme o no a Salta, casi 5000 km al norte, en el otro extremo de mi país. Finalmente, mis padres me aconsejaron que no tenía tiempo, que me quede a disfrutar de mis vacaciones.
A mi regreso, me percaté que mi mamá estaba destrozada, había perdido a su hermana. No sabía cómo consolarla ni que hacer por ella.
Con el tiempo, mamá y yo nos volvimos más unidas que nunca, de a ratos peleabamos pero el sentimiento, el verdadero sentimiento seguía estando allí. Nos volvimos mucho más que sólo madre e hija, secretamente sabía que me veía cómo a su hermanita, algo que no me molestó para nada.
Me confesó que mi madrina le había prometido hacer la próxima formación de los Narices con ella y había soñado con su hermana usando una nariz de payaso.
 
No lo pensé dos veces, le pedí que me anote para la próxima formación.
Fue así cómo ahora soy un payaso de hospital, no fue la vocación de ayudar a los enfermos, ni influenciada por fuerzas extraterrestres, o porque Dios me haya hecho sentir en mi el impulso de ayudar. Mi verdadero motivo fue mucho más egoísta: Porque quería verla sonreír a mamá.

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