Cuándo a mamá la
operaron del cáncer que tenía en la pierna, estuvo mucho tiempo postrada
en cama, sin poder hacer nada más que ver la misma pared día tras día,
hora tras hora.
Reconozco que no iba muy
seguido a conversar con ella, hasta el día de hoy desconozco el
verdadero motivo por el cuál la dejé tan sola. Quizás por que yo misma
tenía un límite a la morbosidad y al dolor. No lo sé, pero lo que sí sé
es que ella sufría.
Mi madre nunca fue una
mujer que se quedara quieta, siempre haciendo algo, siempre moviéndose,
así que para ella el hecho de estar quieta en la cama DE MANERA OBLIGADA
fue algo que la deprimió.
La computadora era su
única ventana al mundo, se pasaba todo el día en facebook, haciendo
viajes por el mundo con Google Earth, planificando vacaciones
imaginarias y aprendiendo cosas nuevas.
Gracias a esa ventana descubrió el maravilloso mundo en el que ella y yo estamos ahora: Los Narices Felices.
A pesar de los reclamos
de sus familiares (esposo, una madre muy sobreprotectora y sus dos
hijos), mamá se levantó de la cama y empezó a usar las muletas. Ya no
quería seguir estando en cama, ya no quería sentirse menos. Muy en el
fondo yo sabía que mamá se consideraba a sí misma una liseada. Así que
cuando entendimos que su ánimo y autoestima mejoraría con esto, la
dejamos avanzar, aunque con una vigilancia un tanto estricta.
Recuerdo que para
hacerla reír (y para asegurarme de que no se vuelva a caer por la
escalera, lo que le valió los seis meses en cama) solía agarrarla del
pasacinto del pantalón, y tiraba de él, cómo si le estuviese haciendo un
calzón chino; algo que hacía enojar a mamá al mismo tiempo que reía.
Mamá comenzó su
formación con lo que yo llamaba en ese momento “payamédicos”, aunque el
verdadero nombre es “Narices Felices”. Todos los sábados mamá se iba con
su nuevo grupo de contención y luego nos contaba todas las tonteras que
habían hecho, cómo por ejemplo, hacer una máquina con sus propios
cuerpos, poner caras graciosas, bailar, etc.
Al principio recuerdo
que pensaba “¡qué estupidez!”, para mí el payaso hospitalario debía
obligadamente ser un médico recibido, la salud de las personas era algo
muy importante y delicado y no cualquier persona podía darse el lujo de
atender a un paciente que está hospitalizado. Esa era la idea que la
película de Patch Adams me había dejado.
Cuándo mamá terminó el
curso, recuerdo que fuí a ver su graduación al hospital, era un grupo
grande de gente de todos los tamaños, formas y colores, hombres y
mujeres, jóvenes y viejos formaban parte de la nueva generación.
Al salir del egreso,
estaba acompañando a mamá cuando pasó mi primera experiencia cercana con
uno de los momentos más trágicos del ser humano: la muerte.
No se por qué pero sentí
que un viento muy frío me pasaba por las piernas y se me erizaron los
pelos de la nuca, una chica que estaba detrás mío gritó al ver a su
familiar que salía llorando. Creo que todos se sintieron cómo yo, y a mí
me valió esa experiencia para terminar de decidirme que jamás seguíría
los pasos de mamá.
Nunca digas nunca.
Pasó el tiempo, mamá iba
todos los sábados a intervenir, a compartir con sus payacolegas. De
chica ella quería ser payaso, pero mi abuelo (viejo hombre chapado a la
antigüa) siempre le dijo que no.
Yo me encontraba en
Tierra de Fuego, al sur de Argentina, cuando recibí la noticia de que mi
madrina, la única hermana de mi mamá, había muerto de un paro cardíaco.
No sabía que hacer, no
sabía si volverme o no a Salta, casi 5000 km al norte, en el otro
extremo de mi país. Finalmente, mis padres me aconsejaron que no tenía
tiempo, que me quede a disfrutar de mis vacaciones.
A mi regreso, me percaté
que mi mamá estaba destrozada, había perdido a su hermana. No sabía
cómo consolarla ni que hacer por ella.
Con el tiempo, mamá y yo
nos volvimos más unidas que nunca, de a ratos peleabamos pero el
sentimiento, el verdadero sentimiento seguía estando allí. Nos volvimos
mucho más que sólo madre e hija, secretamente sabía que me veía cómo a
su hermanita, algo que no me molestó para nada.
Me confesó que mi
madrina le había prometido hacer la próxima formación de los Narices con
ella y había soñado con su hermana usando una nariz de payaso.
No lo pensé dos veces, le pedí que me anote para la próxima formación.
Fue así cómo ahora soy
un payaso de hospital, no fue la vocación de ayudar a los enfermos, ni
influenciada por fuerzas extraterrestres, o porque Dios me haya hecho
sentir en mi el impulso de ayudar. Mi verdadero motivo fue mucho más
egoísta: Porque quería verla sonreír a mamá.
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