Sensaciones
La
primera vez que nos tuvimos solos, el uno para el otro, fue despues de
esperar mucho tiempo, casi 6 meses, de una punta a la otra de la
Argentina, a casi 4.000 km... Él venía buscando mi calor y yo buscaba su
río donde saciar mi sed. Sus labios carnosos, sus ojos negros como la
noche, su cuerpo atlético, su piercing... Dios, ese piercing de lengua
que tantas veces había visto vía Skype hoy estaba allí, frente a mis
ojos, sin nada mas que milimetros de mi boca.
Se relamía como un
lobo, saboreando la comida por venir: mi cuerpo. Sus grandes manos
varoniles, surcadas por gruesas venas acariciaban mi cuerpo generoso en
curvas, hacían que mis miles de terminales nervioses exploten en éxtasis
desenfrenado, llevando un tsunami de sensaciones que recorrían todo mi
cuerpo...
Con cada beso suyo le hacía el amor a mi boca, ese
piercing atrevido y osado no se bastaba solo con mis labios, quería
más... Mis dientes, mi lengua, mi labios, succionando, lamiendo,
mordiendo, respirando, exhalando... De mi boca pasó a mis mejillas, con
sensuales besos fue desarmando toda posible resistencia que pudiera
haber, yo vanamente quise zafarme de tan lujuriosa posesión, pero él me
tomaba firmente de las manos y las colocaba sobre mi cabeza.
-Sos
mía-Susurró tan cerca de mi oído que la humedad de su aliento pasó a mi
pelvis donde se transformó en un torrente de dulce nectar.
Continuó
con su canibalismo, lenta y lujuriosamente, degustando y excitandose de
mis reacciones, de mis gemidos, de mis movimientos improvisados de
caderas... Su barba rozaba mi piel hipersensibilizada, sus dientes
devoraban cada centímetro de mí... Estaba a punto de perder la razón,
estaba a punto de doblegarme a su voluntad pero mi fiero carácter de
yegua indómita me lo impidió.
Con su caliente acero fue creando un
camino hacia mis senos, de los cuales se sirvió el tiempo que quiso,
acariciando y pellizcando mis pezones los cuales se iban poniendo cada
vez más y más duros. Sus gemidos eran la señal de que se estaba
conteniendo para no soltar su verdadera naturaleza. Como buen taurino
deseaba que le entregue todo de mí, pero yo todavía no estaba lista para
eso.
Cuando menos me dí cuenta, ya había pasado por mi vientre,
juntado su piercing con el mío y había arribado a las puertas de mi
cuerpo. Allí en mi panal, bebió de mi néctar mientras yo me sacudía en
violentos y placenteros espasmos de pasión desenfrenada. No aguanté más,
tomé su negro cabello y lo presioné más contra mi clítoris.
Humedeciendome más y más, introdujo un dedo, acariciando mi canal
vaginal, luego dos, aquel par llegó hasta mi punto g, del cual al cabo
de unos minutos brotó un mar de flujo, caliente y sabroso, que fue a
parar a su boca.
Dejándome palpitante y caliente, él se acercó a mi
vagina, con los restos de mi fluido aún en su boca, me miró con esos
ojos lobunos y se mordió sus carnosos labios mientras acariciaba mis
labios mayores con la cabeza de su moro y grueso pene. Colocó la cabeza
en su lugar... Y entró.
La yegua en mí... Había sido domada.
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